Lo dice el alcalde de Las Palmas: "tenemos que soñar la ciudad". Mejor soñarla, desde luego, que vivirla. Especialmente cuando las alcantarillas revientan apenas caen cuatro gotas. Dos mil años atrás, ya las ciudades romanas habían resuelto este tipo de problemas. Pero nada, don Jerónimo, a seguir soñando, no sea que nos despertemos y la mierda aún siga aquí.
Y en esa ensoñación saavedriana entra lo de que la ciudad sea designada "capital cultural europea" para 2016. Lo de "europea" tiene su coña: por lo mismo, podríamos aspirar a ser "capital cultural asiática". Cualquier cosa menos mirar el mapa y ver dónde estamos, a pesar del forofismo promarroquí del prócer psoeísta.
En cualquier caso, para ser "capital cultural", la dificultad está en lo de "cultural". Obviemos las aceras rotas, las calles llenas de baches, los edificios emblemáticos derribados o semiderruidos, la suciedad dominante, el abandono de barrios enteros, las cucarachas, los cables de electricidad y telefonía chapuceramente colocados, el desastre del transporte y hasta que la ciudad huele. Es decir, huele mal. Todo eso podría excusarse si, al menos, Las Palmas bullera de actividad y participación cultural.
Pero he aquí que hasta eso no deja de ser un sueño. La mayor parte del presupuesto en estos asuntos se va a unas sesiones de discoteca cutre al aire libre, con botellón incluido, que viene a celebrarse cada año en el Parque de Santa Catalina, inaccesible durante las tres semanas del aquelarre. La cosa pretende ser unos carnavales, pero ni son nuestros carnavales, ni alcanzan la categoría de lejana parodia del carnaval brasileño. Desde luego, no puede hablarse de la ciudad en carnavales, sino de una paupérrima carnavalada en un rincón.
Padecemos también un pseudo festival de cine, en realidad un espectáculo para lucimiento de los mandamases de turno y allegados, a base de pagar el correspondiente caché al actor o actriz "premiada", y poco más. Algo bastante casposo y con ínfulas, auténtico vertedero de vanidades y, lo que es peor, de dineros públicos. Mientras tanto, la ciudad se va quedando sin salas de cine, devoradas por la especulación inmobiliaria.
Del teatro qué decir. Reducido el Cuyás a escenario de la "gira por provincias" de compañías españolas mediocres, cerrado el Guiniguada, asesinado cualquier intento de circuito de teatro, sin talleres, sin medios, y sin esperanza. A cambio, cientos de miles de euros a asociaciones del tipo de la de Amigos Canarios de la Ópera a la que, supongo, sigue perteneciendo el alcalde.
Las escasísimas y tristes actividades que se hacen no llegan a los barrios. Ya se sabe: no está hecha la miel de la exquisite Kultur para los labios del proletariado. Pero claro, tampoco podemos quejarnos: no llegan ni las guaguas ni otros servicios, cómo pretender que llegue la cultura. Vamos, ni la Banda Municipal y sus pasodobles.
De literatura, cine, etc., mejor no hablar, so pena de caer en la depresión. Vamos, a menos que se consiga uno un puestito de asesor cultural (o de otro tipo, que da igual) y se vuelva gongoriano (por lo de "ándeme yo caliente y ríase la gente").
Detrás de tanto presumir de "cultureta", uno no encuentra sino papanatismo. Y comentarios fascistas, como llamar "indocumentada" a Aminettou Haidar, un término que proviene de cuando los rojos huidos del golpe de Estado de 1936 tenían dificultades para conseguir papeles de la dictadura. En su visión burguesa y reaccionaria, Saavedra encuentra molesta la cultura de la dignidad de Aminettou, y prefiere el papel de lameculos del tirano marroquí.
Él va de hombre culto, aunque sólo demuestre un manierismo casposo. Y un paletismo al estilo del funesto presidente argentino Carlos Menem, quién llegó a asegurar que él se había leído "toda la obra de Sócrates" (que, como todo el mundo sabe, no dejó nada escrito). Yo me conformaría con un gobierno municipal menos "culto" (ay, que me añurgo con la risa) y con criterios más democráticos y participativos de gestión. Sí, ya sé, ya sé: qué esperar de quién elige a dedo a los "representantes" de los movimientos vecinales. Pues imaginen en cultura.
Y me conformaría también con que mi ciudad fuera "capital cultural" de la Isla, mérito que hay que conceder a otros municipios con menos poderío pero con ideas más prácticas. Aunque no hayan leído a Sócrates.
(*) Teodoro Santana es miembro del Comité Central del Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias (PRCC)
No hay comentarios:
Publicar un comentario